Donde viven los monstruos, del escritor neoyorquino Maurice Sendak, (1928-2012) es un festival para la mirada, gracias a sus magistrales ilustraciones, y para el proceso de lectura, gracias a los breves textos que acompañan a pie de página a los dibujos, que ocupan la página entera, configurando un libro en el que imagen y escritura se articulan orgánicamente, creando un universo lleno de poesía, gracia y sabiduría.
A continuación me voy a permitir hacer una intervención en el texto, que consistirá en unir todas las frases de pie de página en un sólo texto, con lo cual se nos hará más fácil encontrar las valiosas conexiones que hay entre ellas y descubrir que estas articulaciones llevan a construir un texto que se va desarrollando a pulso, desde el principio hasta el final.
La obra escrita resultante sería la siguiente:
La noche que Max se puso un traje de lobo y comenzó a hacer una travesura
tras otra
su mamá le dijo: “¡eres un monstruo!” y Max le contestó: “¡te comeré!” y lo mandaron a la cama sin cenar.
Esa noche en la habitación de Max creció un bosque
y creció . . .
y creció hasta que el techo se cubrió de enredaderas y las paredes se transformaron en el mundo a su alrededor
y de repente apareció un océano con un barco para Max y navegó día y noche
durante varias semanas y casi más de un año hacia donde viven los monstruos. Y cuando llegó al lugar donde viven los monstruos éstos emitieron unos horribles rugidos y crujieron sus afilados dientes y lo miraron con ojos centelleantes y le mostraron sus garras horribles
hasta que Max dijo: “¡QUIETOS!” y los domó con el truco mágico de mirarlos fijamente a los ojos sin pestañear y se asustaron tanto que dijeron que él era el monstruo más monstruoso de todos
y lo nombraron rey de todos los monstruos. “Y ahora”, gritó Max, “¡que comiencen los festejos!”
“¡Basta ya!” gritó Max y ordenó a los monstruos que se fueran a la cama sin cenar. Y Max el rey de todos los monstruos se sintió solo y deseó estar en un lugar donde hubiera alguien que lo quisiera más que a nadie. De repente desde el otro lado del mundo le llegó un rico olor a comida y renunció a ser rey del lugar donde viven los monstruos.
Pero los monstruos gritaron: “¡Por favor no te vayas –te comeremos- en verdad te queremos!” A lo cual Max respondió: “¡NO!”
Los monstruos emitieron unos horribles rugidos y crujieron sus afilados dientes y lo miraron con ojos centelleantes y le mostraron sus terribles garras pero Max subió a su bote y se despidió de ellos
y navegó de regreso casi más de un año por varias semanas y durante todo un día
hasta llegar a la noche de su propia habitación donde encontró su cena. Que aún estaba caliente.
Desde el comienzo de este cuento nos encontramos con un niño transformado en lobo, vestido con un pijama infantil con botones, de los llamados mamelucos en España y monos en algunos países latinoamericanos. De la parte de atrás de este pijama surge un frondoso rabo de lobo.
De esta manera nos situamos, desde el principio mismo del cuento, en la visión nacida de la contradicción que genera la historia, del oxímoron puesto en escena, a partir de dibujo y de texto. La ferocidad del lobo y la dulzura de la cotidianidad del mameluco conviven en la obra, tal como conviven dentro del niño pequeño que es Max, el personaje, y de los por lo menos diez y nueve millones de niños que leyeron el libro sólo en el año 2009, fecha en la que se vendieron ese número de ejemplares. Tomando en cuenta que el libro se publicó por primera vez en 1963, y que despues de 2009 también se siguió publicando, podemos imaginarnos que fueron muchísimos más los pequeños lectores, y, tomando en cuenta también que, con toda seguridad, un sólo ejemplar fue leído (o visto y escuchado), por varios niños, dentro de una misma familia o en el espacio de un preescolar, podemos imaginarnos también que el número de lectores fue muy superior al número de ejemplares vendidos, que ya es mucho decir.
Max se ha portado mal: el primer dibujo así nos lo muestra. Tiene cara de malo y se notan los desguases que hace. Armado de un martillo o de un tenedor entra en un loco frenesí.
Más allá de este preámbulo, podemos considerar que el libro es una puesta en escena de dos elementos claves: la palabra de la madre que define al niño como un monstruo y el hecho de comer. Ese epíteto, “monstruo”, no tiene nada de particular, cualquier madre enojada puede decirlo o gritarlo. Pero el niño tiene que elaborarlo, “normalizarlo”, y toda la fantasía (o el sueño) de Max trata de eso. La madre no aparece en los dibujos, su importante presencia no se hace visible para los pequeños lectores, pero todos saben que es una figura omnipresente que ha dicho su palabra, a la cual Max obedece: si es un monstruo, tiene que estar ahí donde viven los otros monstruos. Y entonces entra, subrepticiamente, la fantasía en el texto. La habitación de Max se va ampliando, las dimensiones se transforman y del suelo y de la alfombra brotan árboles que llegan hasta el techo.
Max, de su cara de furia ante el castigo, solo en su cuarto, modifica su expresión, ya en el contexto de la habitación transformada, donde se pasea, despectivo y triunfante, hasta que la habitación toda desaparece y él sale al bosque, que ya todo lo abarca, muerto de la risa, burlándose del castigo. Empieza a danzar bajo la luna, con su larga cola de lobo y sus garras de largas y filosas uñas en pies y manos.
Como en todo sueño, o en toda fantasía, el tiempo se transforma y el viaje a través del océano que realiza Max en un pequeño bote de vela dura “varias semanas y casi más de un año”, todo lo cual subraya el carácter fantástico de la historia, su absurdo de la índole de Lewis Carroll, que tan brillantemente jugó con el tiempo en sus dos novelas dedicadas a Alicia.
Aunque seguramente los pequeños lectores ya han olvidado la figura de la madre, la cual ni siquiera está representada en ningún dibujo, en su inconsciente ha de estar claro que ella debe estar en el origen del mandato que ha puesto en marcha a Max, y que a éste, ante el calificativo materno de “monstruo”, no le queda más remedio que unirse a los otros de su misma naturaleza. La profundidad del poético cuento se expresa, como en tantos otros aspectos, en el hecho de que Max no llega a ningún país, reino o mundo de los monstruos, sino apenas a un lugar, al lugar donde estos viven. Así como el tiempo pierde su capacidad de medir, también el espacio se vuelve indeterminado, es apenas un lugar, un lugar para vivir, como lo es el cuarto de Max, ese pequeño monstruo en el que todo niño se reconoce.
Max, mínimo ante los gigantescos, terroríficos y adorables monstruos, los vence, no con armas ni con grandes batallas, sino con los simples recursos que suelen utilizar los padres para contener a sus traviesos hijos, resituando la
escena, indirecta y tangencialmente, en el ámbito de lo doméstico: “¡QUIETOS!”,
les grita, a la vez que los mira fijamente a los ojos, sin pestañear, con lo cual logra asustarlos y dominarlos, tal como lo logran los padres, con estos mismos recursos. Hecho rey de los monstruos, Max desahoga todos sus impulsos violentos y agresivos en una gran fiesta, libre de cualquier limitante, entregado al libertinaje, triunfante y glorioso. Seguramente todos los lectores infantiles se identifican con las ferocidades desplegadas por el pequeño lobo, que en verdad de lobo no tiene nada, es apenas un niño haciendo travesuras de una magnitud algo mayor que las usuales.
El cuento, de una espléndida coherencia interna, hace que Max envíe a los monstruos, al final de la fiesta, a la cama sin cenar. Aquí entra el otro elemento clave del cuento: el hecho de comer o de ser comido. El cuento paradigmático en este sentido es “Hansel y Gretel”, recopilado por los Hermanos Grimm, filólogos y folcloristas alemanes que recogieron una gran cantidad de cuentos de la tradición oral alemana. Recordemos cómo todo en ese cuento se construye en el registro de la oralidad, en el sentido del hecho de comer o no comer o de ser comido. La fase oral, descrita por Freud, es la primera etapa, o sea, la más antigua, de la sexualidad infantil, la cual se vincula con el acto de la lactancia materna. Posteriormente otros estudiosos enriquecieron (o desvirtuaron) el concepto. En lo que respecta al estudio de los cuentos infantiles existe el libro de Bruno Bettelheim,
Psicoanálisis de los cuentos de hadas, en el cual uno de sus análisis más atractivos es el de “Hansel y Gretel”. Trataré de concentrar ese largo estudio en breves palabras.
Los personajes infantiles del antiguo cuento de tradición oral viven una de las angustias más intensas por las que pasa todo ser humano durante su más temprana infancia: el temor a ser abandonado, lo cual se equipara con el de dejar de ser alimentado, puesto que prácticamente es esa la única actividad que se realiza durante el período de la lactancia. Por supuesto, en el cuento los niños ya son mayores, se trata de literatura, no de un estudio científico. El padre y la madrastra (es esta figura la que aparece en todos los cuentos, en los que la madre buena ha muerto a una edad temprana de los niños –Blancanieves, Cenicienta, Hansel y Gretel, etc.-, puesto que el niño disocia la figura de la madre otorgadora solo de amor y de alimento de la que comienza a poner límites y castigos: en su inconsciente no puede aceptar que sea la misma), por insistencias de esta última, deciden abandonar a los niños en el bosque. La causa explícita: son muy pobres, no pueden alimentarlos. Después de varias escenas intermedias, el abandono se reitera y, la última vez, Hansel trata de marcar el camino de regreso con migas de pan (un alimento), las que no pueden cumplir su función, porque han sido comidos por los pájaros (el hecho de comer, problematizado, puesto que no es a ese nivel que los niños podrán resolver la situación en la que se encuentran). Los niños llegan hasta una fabulosa casita de chocolate, dulce de jengibre y caramelos (los alimentos más apetecibles) y, sin más ni más, sin preguntarse siquiera de quién es la casa, es decir, sin haber internalizado limitante alguno, prohibición social de ninguna especie, lo cual es característica de la fase oral, la más primitiva en el desarrollo del ser humano, se lanzan a comer trozos de la casa. Sale la dueña, una bruja (otra representación de la madre “mala”, la que ofrece dulces pero impone normas de conducta) y los invita a entrar. Una vez adentro encierra a Hansel en el establo y comienza a engordarlo para comérselo; cada cierto tiempo el niño tiene que sacar un dedo a través de las rejas que lo rodean para que la bruja pueda evaluar si ya ha engordado lo suficiente para que pueda ser un alimento suculento. Es la representación del temor inconsciente del niño pequeño a la voracidad oral, la que él mismo siente y que proyecta en la madre “mala”. El niño la engaña sacando un hueso que había encontrado en el piso. Finalmente la bruja pierde la paciencia y decide comerse a Hansel tal como está. Le ordena a Gretel que revise el horno para ver si ya está suficientemente caliente: su intención es empujar a la niña adentro, para asarla a ella también. Gretel adivina su intención, finge ser tonta y dice no saber cómo hacerlo; la bruja se irita, mete la cabeza en el horno, para enseñarle, momento que la niña aprovecha para empujarla hacia adentro y cerrar la puerta tras de ella, personificación de los aspectos destructivos de la oralidad, que se quema irremediablemente. Max 7
Liberados los niños, que se han enfrentado al mundo y han sido capaces de resolver problemas, toman las piedras preciosas y las perlas que encuentran en la casa de la bruja y se dirigen hacia su hogar. Llevan consigo un tesoro: el aprendizaje que han hecho. Ya no necesitan de auxiliares para encontrar el camino (ni de piedrecillas ni de migas de pan), han crecido y su conocimiento simbólico los guía hasta un lago que tienen que atravesar: un cisne que está nadando sobre las aguas puede llevarlos a la otra orilla. Los niños tratan de montarse en él, pero juntos hacen mucho peso. Pero ya ellos no le tienen miedo a la separación: pasa uno primero y el otro después, sin ningún temor a quedarse solos durante ese ir y venir. Ya no le tienen miedo a la separación. Llegan a su casa con los tesoros que le permitirán a la familia sobrevivir; por supuesto, mientras tanto la madrastra se ha muerto.
El cuento de Maurice Sendak también está en el registro oral. Pero no es un cuento tan salvaje como “Hansel y Gretel”, que viene del fondo de los tiempos y que, a pesar de la gran riqueza simbólica que contiene, se expresa con imágenes de gran crueldad, al igual que la mayoría de los cuentos de hadas. De hecho los Hermanos Grimm insistieron en que los cuentos, que se derivan de mitos ancestrales, no eran para niños sino para adultos, algo que en la práctica no resultó así, sólo que las ediciones más modernas fueron eliminando las escenas más crueles, suavizando las historias, lo cual, si estamos de acuerdo con los postulados de Bettelheim, fue para bien, puesto que, según el autor estadounidense de origen austríaco los llamados cuentos de hadas ayudan a los niños (lectores u oyentes de las historias) a contrastar sus propias angustias inconscientes, a percibir que no son monstruosas sino universales y a integrar su mundo psíquico, internalizando a nivel inconsciente los elementos simbólicos de esos cuentos.
Volvamos ahora al cuento de Maurice Sendak. Luego de la gran fiesta, y de haber mandado Max a los monstruos a la cama sin cenar, en oposición a la larga serie de dibujos en los que predomina el jolgorio desatado y monstrificado, el texto se carga ahora de la nostalgia que siente todo niño (o todo ser humano) por el calor del hogar, por la necesidad de ser querido. De ser querido por la amdre, ese “alguien que lo quisiera más que a nadie”.
Se continúan las bellas asociaciones, al mantenerse el texto en el registro de lo alimenticio, aquello que a Max le ha sido negado: “De repente desde el otro lado del mundo le llegó un rico olor a comida y renunció a ser rey del lugar donde viven los monstruos”.
Estos últimos tratan de retenerlo, mostrando su ambivalencia, tal como los perciben los niños, quienes los ven buenos y malos, tal como aparece en este cuento, donde los dibujos dan cuenta de su carácter a la vez amenazante y dulce, amoroso, lo cual, en los cuentos de hadas tradicionales suele mostrarse separadamente: una buena madre que muere al comienzo de la historia y una madrastra que es una bruja, una mala madre. En el texto de Maurice Sendak ya no está presente la necesidad de separar los dos aspectos que el niño percibe, los monstruos expresan brillantemente su condición múltiple: “Pero los monstruos gritaron: “¡Por favor no te vayas –te comeremos – en verdad te queremos!”. Max proyecta en los monstruos que él mismo se imagina la terrible frase que le ha gritado a su propia madre, cuando fue regañado por ella: “¡Te comeré!”, algo que debe de haberlo conmovido profundamente, al igual que a los pequeños lectores del cuento. El temor a la voracidad oral, a sus aspectos destructivos, está siendo exorcizado aquí, en la ambivalente frase que le lanzan los monstruos a Max. El hecho de ser comido sigue presente, pero Max renuncia a este nivel de vínculo y les lanza un rotundo ¡No!, puesto que ha crecido internamente, sabe que hay límites, y que en ciertos casos hay que saber decir, o aceptar, un no.
De manera que se va en su pequeño bote de vela y se despide de los monstruos con la mano y con una amorosa sonrisa.
El tiempo fantástico del sueño continúa. Digo sueño porque Max va en el bote con los ojos cerrados y una gestualidad corporal que sugiere que está durmiendo. Navega “casi más de un año por varias semanas y durante todo un día”, hasta llegar a un espacio que no es un lugar indeterminado, sino su propia habitación, donde lo espera su cena, “Que aún estaba caliente”.
Este final de tanta ternura nos indica, por una parte, que muy poco tiempo ha pasado, entre el sueño o la fantasía y el reencuentro con la realidad, algo que se indica indirectamente, con el hecho de que la comida está todavía caliente; por la otra, que el cuento sigue en el registro oral, pero de una manera ordenada, dentro de la ley de la convivencia humana –se trata de una cena, dentro de un plato, sobre una mesa- y que los adultos, la madre en particular, en este caso, siguen ahí, dispuestos a proteger y a alimentar, la habitación es un sitio cerrado que contiene al niño, los árboles y el mar, luego de cumplida su función, han desaparecido.