Un repaso a las normas del buen hablante, principios para comunicarse de la mejor manera posible.
El ser humano es un animal social, que hace uso del habla para transmitir a quienes le rodean sus aspiraciones y anhelos, pero también sus miedos más íntimos y las necesidades que le acucian. Aunque se trata de un acto ordinario, que empieza a desarrollarse al final del primer año de la vida, es también un arte que requiere de entrenamiento y paciencia.
Una persona que se considere a sí misma una buena hablante habrá de ser, además, alguien capaz de escuchar de forma atenta y juiciosa. Es por ello un saber que trasciende lo técnico, y se inmiscuye en el terreno de lo afectivo y lo social.
En este artículo trataremos las 25 normas del buen hablante. Son claves muy sencillas, pero que requieren dedicación. Haciendo uso de ellas haremos del habla una herramienta más eficaz y útil.
Procedemos a describir, seguidamente, las 25 normas del buen hablante. Para este objetivo incorporaremos los distintos elementos que forman parte del hecho comunicativo, pues todos ellos son relevantes para aprender a transmitir de modo apropiado y que beneficie a las partes implicadas. Nos centraremos por tanto en el emisor, el receptor y el mensaje.
1. Habla asertivamente
La asertividad es una norma básica para que cualquier conversación pueda desarrollarse de un modo saludable, pues garantiza que los implicados perciban satisfechas sus mutuas necesidades y que (a su vez) se respeten los derechos y deberes implícitos al vínculo. Una comunicación asertiva requiere la capacidad de transmitir lo que realmente se piensa, pero considerando en el proceso la sensibilidad y la postura del otro.
Existen técnicas específicas que se utilizan en el entrenamiento de la comunicación asertiva, como el sándwich (transmitir el contenido que consideramos delicado ubicándolo entre dos verbalizaciones positivas, con las que se inicia y se cierra la interacción) o el disco rayado (mantener nuestra postura siempre y cuando continúe siendo razonable, recordándola con firmeza tras cada intento de persuasión o de disuasión). La asertividad es un equilibrio saludable y constructivo entre los extremos de la agresividad y la pasividad.
2. Resume, refleja y parafrasea
El resumen, el reflejo y el parafraseo son tres herramientas elementales para una adecuada capacidad de hablar; aunque se sustentan en algo aún más básico: la habilidad de escuchar. Estas formas de interactuar dejan claro a la persona que tenemos frente a nosotros que la hemos comprendido, y son clave para que la conversación fluya de modo favorable para las dos partes.
A través del resumen sintetizamos de forma nítida todo lo que la persona nos ha relatado, reduciendo la ambigüedad y contextualizando. Con el reflejo repetimos y subrayamos los contenidos emocionales de lo que se ha dicho (fomentando que se ahonde más en todo ello) y con el parafraseo recordamos los aspectos más objetivos del asunto tratado (los hechos). Estas estrategias sirven para orientar la interacción a distintos niveles, según lo que deseamos conocer o abordar.
3. Usa frases cortas y claras
El uso de palabras sencillas es fundamental, sobre todo cuando lo que deseamos transmitir se presta a ello. En ocasiones deseamos hablar sobre algo que nos preocupa o genera una emoción desbordante, lo que implica usar conceptos de mayor abstracción que ahonden en la vida emocional, por lo que dejamos en ellos el eco de nuestra subjetividad e incluso recurrimos a estructuras gramaticales más complejas (metáforas, analogías, etc.).
No obstante, en situaciones cotidianas de la vida, es útil despojar al discurso de cualquier matiz que pueda conducir a una interpretación inadecuada. Esto es en esencia más relevante cuando transmitimos contenidos a los que se les supone cierta objetividad, que suelen estar circunscritos al ámbito de lo laboral o incluso de lo académico. Esta forma de hablar reduce la carga de la subjetividad y debe ser usada cuando el contexto lo requiera.
4. Evita el tono monocorde
El tono de voz es muy importante en el acto comunicativo. El propio cerebro dispone de estructuras específicas cuyo fin es moldear su musicalidad, dotándola de unos matices que mantengan la atención de aquellos a quienes hablamos. Su lesión precipita una alteración conocida como aprosodia, y en algunos casos un síndrome del acento extranjero (en el que se adopta un tono parecido al de las flexiones verbales de personas foráneas).
El tono monocorde estimula la fatiga de quien nos escucha, y acelera el proceso de declive atencional. De este modo, si bien la atención sostenida (o vigilancia) empieza a decaer tras un periodo de 30-45 minutos, cuando aquel que habla mantiene un tono regular este punto de caída pasa a ubicarse en un momento muy temprano. También es una forma aburrida de hablar, lo que reduce el componente lúdico de este acto.
5. No grites ni faltes al respeto
Elevar el tono de la voz hasta gritar y/o utilizar palabras malsonantes, como faltas de respeto o insultos, erosiona con una enorme facilidad la voluntad de dos personas por conseguir un acuerdo cuando sus posiciones iniciales eran discrepantes. Todo ello se percibe como una señal vehemente de que no se validan las ideas del otro, lo que precipita mecanismos cognitivos que rompen cualquier disposición a escuchar lo que se deseaba comunicar.
6. Haz énfasis en lo importante
Cualquier conversación medianamente larga está compuesta por un asunto principal y un conjunto (más o menos amplio) de subtemas asociados tangencialmente con él, los cuales permiten dar mayor apoyo a lo que se desea comunicar pese a no resultar necesarios para entender el mensaje.
Son ideas secundarias que aportan valor, pero que pueden constituir un motivo de dispersión del foco central en el caso de que no se disponga de la habilidad para dotar de jerarquía a lo que se dice.
La prosodia (o tono) nos permite enfatizar qué contenidos del discurso son la clave de lo que se desea comunicar, reduciendo la posibilidad de que el intercambio derive a un atropello de argumentos que no conduce a ninguna parte. Aprender a redireccionar el foco de atención es también muy importante, siempre y cuando percibamos que las ideas secundarias están acaparando demasiada atención (a veces de manera deliberada cuando nuestro interlocutor carece de razón).
7. Haz un correcto uso de la mirada
La mirada es el principal recurso no verbal del que dispone el ser humano para el objetivo de transmitir lo que desea. Es por este motivo que nuestros ojos disponen de una extensa esclerótica (la "parte blanca" del globo ocular visible), la cual aporta un volumen masivo de información al acentuar notablemente el resto de los elementos que los constituyen (el iris, la pupila, etc.).
Los ojos son el primer punto del rostro al que se dirige la atención, algo que se observa ya durante los primeros instantes de la vida, y la mirada es la forma (y fondo) que adoptan para evidenciar sin palabras las emociones que se están sintiendo. El control de este recurso es de relevancia capital, pero no siempre resulta sencillo de llevar a cabo. Clavar la mirada puede perturbar gravemente al interlocutor, pero también transmitir confianza o intimidad cuando se ha fraguado una relación profunda con él.
8. Usa el cuerpo como apoyo
El cuerpo es un elemento comunicativo más, que puede servir de sustento a lo que se está diciendo, apoyando el contenido verbal con la gesticulación de ambas manos u otras partes del mismo. Existen evidencias de que el uso de este recurso difiere en distintas culturas y que no solo varía el significado de cada gesto particular, sino también el grado en el que está implicado como coadyuvante visual.
Lo cierto es que aquello que transmitimos con el cuerpo implica aproximadamente el 70% del total del mensaje. Este es el principal motivo por el que las personas preferimos tratar cara a cara los asuntos más importantes, en lugar de hacerlo mediante el teléfono o las nuevas tecnologías. Con el cuerpo desplegamos una serie de pequeños actos que contribuyen a informar, por lo que debemos aprender a usar las infinitas herramientas que este nos puede proporcionar.
9. Orienta el cuerpo a tu interlocutor
Cuando hablamos con alguien es importante establecer una posición corporal que transmita atención a lo que nos cuenta, de modo que se estimule la continuidad de la conversación. Mantener el cuerpo orientado hacia el otro es esencial, pues si lo desviamos a un punto del espacio donde este no se encuentra presente, le sugerimos que estamos deseando cesar el contacto con él (hablar con otra persona con el cuerpo torcido y la cabeza apuntando hacia ella, por ejemplo).
Cuando estamos sentados uno frente a otro, puede ser interesante inclinar de forma sutil el cuerpo hacia delante, pues se trata de un acto que suele percibirse como de total proyección atencional (aunque habrá de ser regulado si se advierte incomodidad). Otros gestos, como cruzar los brazos o aprovechar los elementos del espacio para guarecernos de aquello que estamos escuchando (mesa excesivamente amplia, por ejemplo), se suelen percibir como disruptores de la comunicación.
10. Cuida tus microgestos
Los microgestos se describen como sutiles y fugaces configuraciones afectivas del rostro, que suceden de manera inmediata tras haber escuchado algo que precipita una respuesta emocional, pero que se desvanecen dejando tras de sí una inexpresiva "cara de póker". No obstante, son muchas las personas capaces de captar este rápido fenómeno, leyendo entre líneas lo que el otro realmente piensa sobre lo que se le ha dicho (con total independencia de lo que expone mediante palabras).
Cuidar nuestros microgestos es una cuestión muy importante, pero tiene una gran dificultad: son automáticos e involuntarios. Es por ello que dicen mucho de lo que pensamos sobre el otro. Incluso aunque intentemos acomodar las palabras para sugerir otra cosa, revelan lo que sentimos en nuestro interior. El único camino para lidiar con ellos es fortalecer la capacidad de aceptar al otro plenamente, tal y como es, anulando el juicio en la medida de lo posible.
11. Mimetiza
Las personas que tienen entre sí una relación de confianza tienden a imitarse la una a la otra en situaciones de intercambio social. Así, por ejemplo, podrían beber un sorbo de su copa al mismo tiempo, o ajustar la postura del cuerpo sobre el respaldo cuando el otro lo hace. En el caso en el que exista un desacuerdo evidente entre las posturas se da la situación contraria: una evitación de toda coincidencia gestual o posicional.
Esta sincronicidad puede ser usada a nuestro favor en el contexto de nuestras interacciones sociales: si deseamos "conectar" con el otro, podemos imitar sútilmente aquello que decide hacer mediante gestos sencillos y naturales. Es una forma indirecta de estimular un sentido de concordancia, que debe sustentarse y ser congruente con el contenido verbal de lo que se transmite.
12. Refuerza los aspectos positivos y obvia los negativos
El efecto Greenspoon es un recurso que se utiliza mucho con el objetivo de persuadir a la otra persona de algún asunto en el que existe discrepancia, o para simplemente estimular un estado de ánimo propicio mientras hablamos con ella. Se trata de reforzar con un gesto de la cabeza (asintiendo "arriba y abajo") o una subvocalización de aprobación (“ummm”) todo lo que se considera positivo (una expresión de optimismo, por ejemplo), obviando lo negativo (sin gesticular ni reprochar).
Haciendo esto ofrecemos un incentivo social encubierto, que aumenta la emisión de frases que se consideran positivas para la persona o la relación. Incrementamos la latencia de las afirmaciones optimistas que el individuo hace respecto a sí mismo, minimizando a su vez las más oscuras o sombrías. Se trata de una técnica común en las entrevistas psicológicas poco estructuradas, pero se puede llevar a la práctica en la cotidianidad.
13. Busca la congruencia entre lo verbal y lo no verbal
Es muy importante cuidar que nuestro cuerpo y nuestras palabras no estén en confrontación directa, pues con ello se enviaría un mensaje confuso al otro (el cual tiende a atribuir mayor credibilidad a lo sugerido por los gestos). Esta disonancia es frustrante (los gestos dicen una cosa y las palabras otra diferente), sobre todo cuando el receptor es alguien que depende de nosotros a nivel emocional (como los niños, por ejemplo).
Durante mucho tiempo, incluso se pensó que esta discrepancia era responsable directa de la psicosis, postulándose que una interacción disonante entre madre e hijo en la infancia precipitaría un estado de confusión que se erigiría como el germen de dicho trastorno. En la actualidad no se dispone de evidencia para dar sustento a esta hipótesis (teoría del doble vínculo).
14. Sonríe de forma genuina
La sonrisa, al igual que la mirada, surgen muy pronto en la vida. Tiene una evidente función social, pues despierta sentimientos positivos en el otro y resulta atractiva para entablar una interacción. No obstante, no todas las sonrisas son sinceras, ni mucho menos.
Aquella que es genuina, resultante por tanto de una emoción espontánea y sincera, recibe el nombre de sonrisa de Duchenne. Implica la activación de los músculos cigomático mayor y menor (muy cerca de la boca), y también del orbicular de los párpados.
Es por ello que una sonrisa no es únicamente la posición curva y ascendente de los labios, sino que está acompañada de una expresión en los ojos muy difícil de fingir. El uso de una falsa sonrisa carece del patrón gestual de la real, y es rápidamente identificada como tal. Dado que las falsas sonrisas suelen percibirse como una señal de falsedad o traición, deben ser evitadas en la medida de lo posible.
15. Cuida el contacto físico
El contacto físico no es un asunto baladí. Una persona que pueda ser considerada como una buena hablante debe ser capaz de reconocer los límites físicos virtuales de aquel con quien interactúa, para regular la distancia y ofrecer confort. Y es que todos tenemos un espacio alrededor al que solo permitimos acceder a las personas de confianza; de modo que si alguna que no lo es intenta aproximarse más de lo necesario, experimentamos incomodidad y/o desagrado.
Esta región se conoce como “espacio íntimo”, linda con la piel y es diferente para cada cual, pues depende de la personalidad y del acervo de experiencias acumuladas. En relaciones en las que aún no se ha formado una base de confianza suficiente se recomienda limitarnos al “espacio social”, que se encuentra algo más separado del cuerpo del interlocutor (y desde el cual se puede hablar sin invadirle). Solo cuando el vínculo se afiance, y se despierte una tendencia a la aproximación espontánea, podremos atravesar esta barrera invisible.
16. Busca un lugar propicio
En ocasiones, una conversación maravillosa puede echarse a perder por desarrollarse en un lugar inapropiado. Esto puede suceder en el supuesto de que deseemos comunicar algo íntimo en un espacio concurrido de personas con las que no se mantiene una relación de confianza, incomodando a quien es el receptor de esas palabras y a quien las está emitiendo.
En personas que tienden a discutir de forma recurrente, puede ser interesante que se elija consensuadamente un espacio neutral en el que desplegar lo que desean decir con mayor seguridad. En caso de que suelan gritar, es útil desplazarse a una cafetería (u otro lugar similar), pues se trata de un local concurrido en el que se inhibe la tendencia a alzar la voz (por pura deseabilidad social).
17. Adáptate al ritmo o a las capacidades del interlocutor
No todas las personas con las que hablamos cuentan con los mismos recursos cognitivos para comprender el mensaje que deseamos transmitir, o quizá incluso es posible que no se hayan desarrollado competencias madurativas para ello (niños pequeños).
En estos casos es preciso tener la habilidad para seleccionar las palabras más útiles, de modo que se satisfaga el propósito de toda conversación: transmitir las ideas que se tienen en la cabeza a otra persona, de un modo claro y sin posibilidad de confusión.
El hábito de leer nos provee del arsenal léxico necesario para mejorar la flexibilidad a los distintos ámbitos en los que puede tener lugar una situación comunicativa, y aumenta la riqueza con la que podemos expresar aquello que necesitamos.
18. Escucha activamente
La escucha activa es una disposición general a recibir el mensaje del otro en la cual queda implícita la aceptación plena de lo que relata, integrándose como una parte legítima de su experiencia vital (sin invalidar ni juzgar). Con ello se crean espacios que abren la posibilidad de abordar asuntos de mayor intimidad. Esta es una de las bases de la amistad, y supone un abrazo incondicional y respetuoso a lo que la otra persona es y siente.
19. Respeta el turno de palabra
Algunas personas tienden a acaparar casi por completo el ritmo de la conversación, de modo que el oyente siente que no dispone de tiempo para intervenir y acaba perdiendo el interés en hacerlo. Por este motivo es básico respetar el turno de palabra, de modo que el otro tenga la ocasión de matizar o aportar lo que considere conveniente. Solo así es posible desarrollar una interacción equilibrada y horizontal.
20. Busca el acuerdo en un conflicto
Muchas veces, durante conversaciones en las que se advierte discrepancia de antemano, no se aprecia en ningún momento el deseo de llegar a un acuerdo o consenso. En este caso el propósito no es otro que afianzar la propia postura, recurriendo a toda una colección de argumentos (de mayor o menor calidad) para dar fuerza a lo que se dice y/o bombardear la opinión del adversario (a menudo recurriendo a ataques personales o al desprecio de sus ideas).
Es vital estar abierto al debate, y también a la posibilidad de que el otro pueda aportar algo enriquecedor. No se trata de ser permeables a todo intento de persuasión o disuasión, sino de tener un criterio cabal para escuchar desde el respeto. Desde esta perspectiva es posible que el adversario se sienta más cómodo e incluso interesado por nuestras reflexiones.
21. Permite divagar
Cuando una persona a la que queremos ha atravesado un grave contratiempo, podemos sentir la necesidad de hablar con ella para atajar su dolor, o incluso de recurrir a la triste estrategia de quitar hierro al asunto. En estos casos, no obstante, lo más útil es permitir que el otro simplemente hable: con ello conseguirá ordenar sus ideas de un modo más coherente, detectando cuáles son los recursos de los que dispone para enfrentarse a lo que ha ocurrido. Escuchar, a veces, es mejor que intervenir.
22. Sé congruente con tus emociones
Todas las emociones tienen un componente experiencial y otro expresivo. El primero se refiere al modo en el que las sentimos, y el segundo al modo en el que las comunicamos. Para un verdadero bienestar es elemental que ambos se encuentren alineados, por lo que es importante hablar y actuar de forma coherente con lo que ocurre en nuestro interior (con una persona de plena confianza). El uso de una máscara, cuando se prolonga mucho tiempo, acaba tornándose una carga muy pesada.
23. Prepárate con antelación
En el caso de que vayamos a hablar ante un auditorio amplio sobre algún asunto particular, es posible que experimentemos cierto grado de ansiedad. Es una experiencia natural y, salvo que genere alguna emoción realmente desbordante, hay que vivirla con aceptación. Todo ser humano siente miedo al someterse a una situación en la que podría ser juzgado, no se trata de un fenómeno exclusivo de la fobia social ni implica otras psicopatologías.
Uno de los consejos fundamentales antes de hablar en público es prepararse bien el tema que se va a abordar, repasándolo frente a un espejo o grabando en video nuestra actuación y mostrándola a los demás. En el último caso, las personas con ansiedad excesiva pueden corroborar que el modo en el que se perciben (“he actuado de una forma desastrosa”) no se ajusta a la realidad, pues a menudo se juzgan a sí mismas de modo excesivamente severo.
24. Cuida tu apariencia
En el supuesto de que hablemos en público con frecuencia es esencial cuidar con especial mimo nuestra apariencia, pues al fin y al cabo es nuestra carta de presentación (y la primera impresión). A veces, una imagen inadecuada precipita juicios negativos entre quienes nos escuchan, condicionándose adversamente el mensaje que tratamos de transmitir. El aseo, la ropa que elegimos e incluso lo descansados que podamos parecer; todos ellos influyen en el proceso de valoración.
Y es que la apariencia, al final, dice mucho de nosotros. Así, el efecto halo describe cómo a partir de un detalle físico concreto tendemos a generalizar una secuencia de atributos que no tienen por qué guardar una relación de causa y efecto con él. Por citar un ejemplo, muchos consideran que la gente bien parecida es más inteligente y amable que quienes no lo son (y viceversa), pese a que pueden razonar sin problemas que estas dos realidades carecen de conexión.
25. Cuida tu voz
Las personas que hablan durante muchas horas cada día deben dedicar tiempo a cuidar su voz, pues se trata de una herramienta cuyo uso excesivo puede conducir a un estado de deterioro agudo o crónico. El descanso resulta fundamental, ya que previene alteraciones en el sistema fonatorio que pudieran impedirnos el normal desarrollo de esta actividad.
Autor: Joaquín Mateu-Mollá (Valencia, 1985) es Psicólogo General Sanitario y Doctor en Psicología Clínica por la Universidad de Valencia. Cuenta con estudios de postgrado en Psicopatología (Máster Oficial), y se dedica tanto a la docencia como a la investigación y la divulgación científica.
https://psicologiaymente.com/social/normas-del-buen-hablante
No hay comentarios:
Publicar un comentario