BIENVENIDOS AL BLOG CON LOS APUNTES DE LIBÉLULA desde el 18 de enero de 2009


BIENVENIDOS AL BLOG CON LOS APUNTES DE LIBÉLULA INICIADO EL 18-01-09


EL
18 DE ENERO DE 2009 COMENCÉ A POSTEAR LOS EJERCICIOS REALIZADOS EN EL TALLER LITERARIO DE *EL CLUB DE LOS POETAS VIVOS*, UN GRUPO DE MSN, QUE ME QUEDARON DE RECUERDO DE AQUELLA ÉPOCA INOLVIDABLE, MUY CREATIVA Y DE GRAN AMISTAD.

Después de publicar los ejercicios literarios, me dediqué a postear textos que me interesaron por su contenido sobre diversos temas humanísticos.

SI ALGÚN VISITANTE OSADO QUIERE HACER LOS EJERCICIOS EN LOS COMENTARIOS, ME ENCANTARÁ COMENTARLO Y/O AGREGARLO.





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miércoles, 27 de febrero de 2013

62. "Al Este del edén" (John Steinbeck) por Mario Vargas Llosa

http://www.criticadelibros.com/drama-y-elemento-humano/al-este-del-eden-john-steinbeck/

John Steinbeck. (Salinas, 1902 - Nueva York, 1968) Narrador y dramaturgo estadounidense.




Rasgo curioso de la literatura contemporánea es que, en nuestros días, las malas novelas suelen ser más entretenidas que las buenas. En el siglo pasado —el siglo de la novela, precisamente— no ocurría así. Leer a Tolstoi, a Melville, a Stendhal, a Flaubert, significaba enfrentarse simultáneamente a apasionantes aventuras históricas, sentimentales, psicológicas y a audaces experimentos literarios, a novelas que eran capaces de congeniar la vieja vocación del género narrativo —hechizar la atención del lector hasta hacerle «vivir» lahistoria— con atrevidas innovaciones en el uso del lenguaje y en la manera de contar.
A partir de autores como Joseph Conrad y, sobre todo, Henry James y Proust, una sutil escisión comienza a darse en el arte narrativo. El genio literario, consciente de que la novela es forma —palabra y orden— antes que anécdota, se va progresivamente concentrando en aquélla en desmedro de ésta, hasta llegarse al extraordinario extremo de autores en los que el cómo contar ha vuelto poco menos que supérfluo y casi abolido el qué contar. Finnegans Wake es, claro está, el monarca de esa rancia estirpe. Así, por ejemplo, leer al italiano Gadda, al alemán Broch, al austríaco Musil y al cubano Lezama Lima —para citar sólo cuatro ejemplos de excelentes escritores escogidos con toda malevolencia por estar en el límite mismo entre lo legible y lo ilegible— es una fascinante operación intelectual, pero de naturaleza cualitativamente distinta a la de los lectores tradicionales —o, si se prefiere, convencionales— de obras deficción. Éstos leían para desaparecer en lo leído, para perder su conciencia individual y adquirir la de los héroes cuyas fechorías, peligros y pasiones compartían desde adentro gracias a la diestra manipulación de sus sentimientos y su inteligencia por parte del narrador. El lector de La muerte de Virgilio, El zafarrancho aquel de Via Merulana, El hombre sin atributos y Paradiso jamás se disuelve en el mundo imaginario de estas novelas, como le sucede al que lee Los miserables o La regenta. Por el contrario, su conciencia debe mantenerse alerta, aguzada en extremo, y toda su inteligencia y Cultura deben comparecer en la lectura para llegar a apreciar debidamente la refinada y compleja construcción que tiene delante, las sutiles y múltiples reverberaciones literarias, filosóficas, lingüísticas e históricas que ella suscita y para no extraviarse en las laberínticas trayectorias de la narración. Sí arriba al fin, no hay duda: ha aprendido algo, enriquecido su intelecto, educado su sensibilidad literaria. Pero difícilmente se puede decir que se haya divertido como se divierte el simple mortal que ensarta adversarios con d’Artagnan, hace el amor y la guerra con Julián Sorel o bebe el arsénico con los labios trémulos de Emma Bovary. En la esquizofrenia novelística de nuestro tiempo, se diría que los novelistas se han repartido el trabajo: a los mejores les toca la tarea de crear, renovar, explorar y, a menudo, aburrir; y a los otros —los peores— mantener vivo elviejo designio del género: hechizar, encantar, entretener. Se cuentan con los dedos de una mano los novelistas de nuestro tiempo que han sido capaces, como Faulkner o García Márquez, de reconstituir la unidad de la ficción en obras que sean a la vez grandes creaciones estilísticas y mundos hirvientes de vida y aventura, de pensamiento y de pasión.
Al este del Edén es una nóvela pésimamente construida que, sin embargo, se lee con la avidez y los sobresaltos de las buenas historias. Steinbeck parece haberla empezado como una memoria familiar, un libro que contaría la llegada a Salinas Valley de su familia materna y, a través de las peripecias de ésta, la instalación de los inmigrantes y el desarrollo de ese rincón de California. La madre y los abuelos del autor son personajes de la novela y en los primeros capítulos la narración está hecha en primera persona y sé dice muy elaráfriente que quien refiere lahistoria es el propio John Steinbeck. Pero, de pronto, éste desaparece y lo reemplaza un narrador omnisciente, del mismo modo que los personajes ficticios van difuminando a los recordados. Lo que iba a ser un testimonio, un documental familiar y social, se muda en una fantasía melodramática con dosis abundantes de los indispensables ingredientes del género: color local, truculencias, heroísmos y crueldades extremas, sexo, sangre, dinero y amor.
El lector se divierte a rabiar. ¿Qué escritor prestigioso —y Steinbeck lo era en grado sumo en 1952, cuando se publicó Al este de Edén— se hubiera atrevido a contar, en serio, una historia como la de la malvada absoluta Cathy Adams, personaje que parece escapado directamente de la Historia universal de la infamia, de Borges? Aunque es evidente que no figuró entre los designios del autor, Cathy anula a todos los otros personajes de la novela —los recordados y los fantaseados— e incendia con una luz luciferina los capítulos en los que aparece, bella, frígida, cruel, como una reminiscencia de los tiempos románticos, cuando no se escribían novelas para «pintar la vida» sino para exagerarla y conmocionarla con los excesos del deseo y la imaginación.
Cathy Adams —o Cathy Track, como se llama luego de casarse con Adam— es la negación viviente de la sana moral y el racionalismo pragmático de que está impregnado el libro, filosofía que el autorpersonifica y pone en boca de los dos héroes «positivos» de la novela: el inventor y rabdomante Samuel Hamilton, y Lee, el cocinero y mucamo chino de Adam y que es, asimismo, moralista, intelectual, una especie de místico salvaje. Ambos nos enternecen con su bondad recalcitrante, su limpia conducta, su espíritu solidario y a menudo nos impacientan con sus sermones. Pero, por fortuna, ahí está la perversa Cathy para recordarnos que la vida no está hecha sólo de virtud, razón y buenos sentimientos, sino también de oscuros impulsos, de violencia y maldad. Cada vez que asoma su pálida faz y su mirada fija por el libro, el lector se estremece: ¿qué horror perpetrará esta vez? Nunca es defraudado. Porque la vida de Cathy, desde que quema vivos a sus padres y empuja al suicidio a su profesor, hasta que se suicida (delatando a la policía en extremo mortis a Joe, el rufián que la ayuda a regentar el burdel de Salinas) es una sucesión de espantos. Acaso lo más insólito en ella no sea el prontuario de traiciones y crímenes; más bien, la aparente gratuidad con que ejerce el mal. No por interés material ni por aberración psicológica, pues se trata de un ser convencional y rutinario en sus apetitos y maneras, sino, se diría, por una necesidad física, por predisposición ontológica. Para encontrarle un equivalente literario hay que remontarse a los grandes novelones románticos del diecinueve o, incluso, hasta las fechorías de Roberto el Diablo (antes de su conversión).
La referencia satánica no está del todo fuera de lugar, pues circunda a Al este del Edén una aura de religiosidad. Varios personajes son de estirpe bíblica, y es obvia la intención delautor en muchos momentos de la novela de parafrasear episodios y apólogos del Viejo Testamento. El sentido exacto de este rasgo simbólico del libro no queda muy claro —qué es lo que quiere demostrar respecto a la vida y a los hombres— pero no hay duda que este ingrediente colorea la historia con un tinte especial y que a él se debe la simpática idiosincrasia de algunos de sus personajes. Si Cathy es el demonio, y sus hijos, los mellizos Cal y Arón, una versión modernizada de Caín y Abel, las dos figuras masculinas de más relieve, Samuel Hamilton y el chino californiano Lee, tienen la rara mezcla de primitivismo y sabiduría, de vigor popular y suficiencia ética, de los profetas bíblicos.
Samuel, el inmigrante irlandés que llega al valle Salinas con los pioneros y se pasa la vida rastreando venas de agua escondidas en las entrañas de la tierra y dispensando bondades y consejos, tiene la personalidad rectilínea y estereotipada de los héroes de las parábolas y de los «exiemplos» medievales, pero, aun así, es vigoroso y persuasivo. Más sutil que él, y también menos posible, es el encantador sirviente Lee, hijo del estupro —su madre, que trabajaba disfrazada de hombre en un campamento, lo engendró luego de ser violada colectivamente por sus compañeros—, fino conocedor de la ciencia, la literatura, el alma humana y por lo menos dos tradiciones culturales, la occidental y la oriental. Tanto conocimiento y finura de espíritu en un simple sirviente resultan excesivos aun en una novela no estorbada —como los melodramas que se respetan— por el prurito de la verosimilitud. Hecha esta salvedad, no hay duda, la presencia siempre mesurada y generosa de Lee, y su infalible sentido de lo justo y lo bueno, son un bálsamo eficaz para las grandes ignominias y las pequeneces humanas que lo rodean. En uno de los episodios más extraordinarios de la historia, Samuel Hamilton, Adam Track y Lee se enfrascan en una larga discusión teológica sobre Caín y Abel. Allí se descubre que Lee ha aprendido hebreo para poder desentrañar el sentido exacto de la palabra «Timshel», asociada al fratricidio bíblico. Como si esto no fuera de por sí bastante exótico, en el curso de la discusión averiguamos que un grupo de eruditos chinos de San Francisco, azuzados por Lee, llevan ya varios años enredados en estudios de hebreo para resolver el semántico enigma.
Para divertirse con una historia no es imprescindible creerla. Basta dejarse arrastrar por ella, someterse de buena gana a sus estratagemas y trampas, y, renunciando a la conciencia crítica, al pudor intelectual, al hielo abstracto de la inteligencia, abrir la puerta a las reservas de sensiblería, impudicia, exceso, truculencia y hasta vulgaridad de que todo hombre también consta. Inicialmente, la ficción fue creada para alimentar esos apetitos elementales y crudos del ser común, no los refinados del ciudadano culto (esa era la función de la poesía y la del teatro). Más tarde, con la ascensión del género a la cultura oficial, su forma se fue puliendo, complicando, y sus anécdotas enrevesando y sutilizando para expresar de manera más completa la realidad humana, esa infinita complejidad. Pero la naturaleza «plebeya», llena de impurezas, del género narrativo ha sobrevivido a todos los intentos de desbastarlo y vestirlo con los atuendo más elegantes de la lengua y la cultura. A diferencia de lo que ocurre con la poesía, donde es indispensable la perfección, en la novela la absoluta excelencia es imposible. O, en todo caso, inconveniente. Porque desde que ella nació como invención humana sus lectores han buscado en sus páginas la satisfacción de ciertos apetitos y carencias que son la definición misma de la imperfección humana, de todo aquello que subyuga, limita y arruina a la especie y le impide alcanzar ese patrón ideal, esa meta, que le fijan inútilmente las religiones, los códigos éticos, las filosofías. Por eso, a diferencia de lo que ocurre con un mal poema, que siempre nos aburre y disgusta, una «mala novela», a condición de que respete ciertas reglas básicas del género, puede seducirnos y llevarnos de la nariz a donde se propuso. Es decir, a la risa, a la ternura, al odio, a la simpatía, al deseo y a la compasión.
Al este del Edén no es comparable con ninguna de las grandes novelas norteamericanas de su tiempo y ni siquiera tiene los atributos de otras novelas del propio Steinbeck, como el vigor de Las uvas de la ira o la delicadeza de La perla. Adolece de algunos defectos de construcción —la falta de coherencia en el punto de vista, por ejemplo— sorprendentes en un escritor tan experimentado y diverso, y no seria difícil trazar un largo catálogo de sus limitaciones en lo relativo a su arquitectura, a su estilo, al trazado de sus caracteres, a la superficialidad de sus ideas y a la visión ingenua, maniquea, de la vida social que ofrece. Y, sin embargo, pese a todo ello, es una historia que se lee con apasionamiento, saltando las páginas, con el ánimo anhelante por saber qué va a pasar. Quien la escribió era alguien que sabía qué contar, aunque no hubiera alcanzado la pericia sobre el cómo contar de sus contemporáneos Hemingway, Faulkner o Fitzgerald. No era un gran creador de palabras ni de órdenes narrativos, pero sí un consumado relator, con un instinto certero de lo que se debe decir y lo que se debe ocultar para excitar la atención y prolongarla, y de qué medio valerse para, esquivando la inteligencia del lector, fraguar personajes, situaciones, acciones que golpearan directamente su corazón y sus instintos. Ese talento primitivo de narrador congenia bien con el mundo primitivo que es el de la mayoría de sus historias y en especial con el de Al este del Edén.
Un mundo a medio hacer, haciéndose, donde los hombres aún luchan por domesticar la naturaleza y lo hacen con sus propias manos encallecidas. Un mundo simple y frugal, organizado por creencias tan rudas y sencillas como sus habitantes, en el que las grandes hazañas físicas y la forma directa, campechana, de la existencia deja entrever, sin embargo, de cuando en cuando, todo un infierno secreto de represiones, frustaciones y violencias íntimas. Guardando todas las distancias, las primeras novelas debieron escribirse en sociedades así, en mundos en parecido estado de formación, para dar solaz, esparcimiento y premio a esos espíritus fatigados en la dura lucha por la existencia. Las fantasías novelescas no tenían por objeto entonces reproducir lo que esos hombre y mujeres ya conocían de la vida. Más bien, completar su existencia con aquello que les faltaba, con los fantasmas que sus deseos fraguaban para enriquecer la realidad. Esas historias eran apasionantes e irreales, tiernas, terribles, extravagantes y amenas, como lo es la de Al este del Edén. Leyéndola, el entretenido lector siente que, con todos sus defectos, esta historia está amasada con el barro magnífico de las más antiguas, de las indestructibles historias.
Mario Vargas LLosa.


Available in: Ebook Paperback Hardcover

61. A LA MUERTE DE UN AMIGO (poema cherokee)





No te pares al lado de mi tumba y solloces.
No estoy ahí, no duermo.
Soy un millar de vientos que soplan
y sostienen las alas de los pájaros.
Soy el destello del diamante sobre la nieve.
Soy el reflejo de la luz sobre el grano maduro,
soy la semilla y la lluvia benévola de otoño.
Cuando despiertas en la quietud de la mañana,
soy la suave brisa repentina que juega con tu pelo.
Soy las estrellas que brillan en la noche.
No te pares al lado de mi tumba y solloces.
No estoy ahí, no he muerto.


jueves, 21 de febrero de 2013

60. EL HAIKU


OTROS LINKS PARA LEER:
http://www.escritores.org/cursos/anexos/haiku.pdf

http://leerxleer.wordpress.com/2009/02/19/haikus-para-todas-las-edades/

http://es.wikihow.com/escribir-Haikus


http://lapiceromagico.blogspot.com.ar/2010/12/haiku.html


MIÉRCOLES, 29 DE DICIEMBRE DE 2010


Haiku


     El Haiku es un breve poema procedente del milenario Japón. Es una miniatura poética de 17 sílabas, distribuidas en tres versos: 5-7-5. Nació como juego de palabras humorístico o desconcertante. Más adelante, Mastsuo Basho lo elevó a género poético.

     Octavio Paz habla así de este tipo de poesía: "el Haiku se divide en dos partes, separadas por una palabra cuchillo: Kereji. Una da la condición general y la ubicación temporal y espacial del poema (otoño, primavera, mediodía o atardecer, un árbol, una roca, la luna, un ruiseñor...); la otra, relampagueante, debe contener un elemento activo. Una es descriptiva y casi enenciativa, la otra, inesperada. El Haiku se convierte así en una anotación rápida, verdadera recreación de un momento privilegiado."
    
¿CÓMO ESCRIBIR UN HAIKU?

-Escribelo en presente.
-Sé natural y conciso/a.
-Los tres versos no pueden ser una oración linea o demasiado lógica.
-Las mejores imágenes van al principio.
-El remate se reserva para el final.
-Emplea elementos de la naturaleza.
-Utiliza juegos de palabras.
-Evita referencias a ti mismo/a.
-El primer verso puede rimar con el tercero, o no rimar.

     Esta experiencia con el Haiku la llevé a cabo con alumnos y alumnas de 4º a 6º de Primaria, en el curso 2008/2009. Nos permitimos ciertas licencias, como elegir temas no relacionados con la naturaleza, para facilitar el proceso de creación y dejar fluir el imaginario infantil libremente. Estas imágenes ilustran nuestra experiencia:

     En primer lugar, es conveniente que la persona que lleve a cabo el Taller de Escritura realice una muestra, para ver el grado de dificultad y enseñar el tipo de trabajo creativo que vamos a hacer. En este caso, se me ocurrió ilustrar el haiku con la técnica plástica del collage, recortando imágenes de revistas. Mi muestra quedó así:




     El Taller de Haiku se realizó fuera del aula. Un par de semanas antes, pedí a los niños y niñas que trajeran de casa revistas. Preparé las hojas pegadas en un marco de cartulina y puse una mesa con los materiales. En un viejo calendario preparé el nombre de la actividad "Taller de Haiku Japonés", puse una rosa recién cortada y recibí a los niños y niñas.


     Les conté en qué consiste el Haiku, y cómo íbamos a realizar la actividad, y se pusieron manos a la obra. Algunos extrajeron la idea central a partir de las imágenes. Otros buscaron imágenes para ilustrar sus propias ideas.






     Cuando terminamos todos los grupos, se preparó una exposición en el colegio:




     Y una vez acabada, se recopilaron sus creaciones y se encuadernaron en un libro, al que le pusimos esta portada:


lunes, 11 de febrero de 2013

59. TIERRA DE LOS GUERREROS ÁGUILA Y JAGUAR DE LOS MEXICAS





MÉXICO

Un poblado de espíritu mágico

A 140 kilómetros del Distrito Federal, este pueblo es fértil en valles y energías.Fotos.
Tierra frondosa. En las afueras, paisajes exuberantes y ruinas arqueológicas enclavadas en los cerros, con panorámicas únicas. Foto: Diario Perfil
Tierra frondosa. En las afueras, paisajes exuberantes y ruinas arqueológicas enclavadas en los cerros, con panorámicas únicas. Foto: Diario Perfil Ver fotogalería ]

Ficha

Cuánto tiempo ir:  días
Cuándo ir: 
Con quién ir: 

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Por Gustavo Emilio Rosales (*)
Malinalco es un poblado elocuente: todo habla en él, todo significa. Asombra constatar que a tan sólo dos horas de ese monstruo de mil cabezas que es la Ciudad de México se encuentre este lugar fantástico, donde el maíz regala sin reserva su sabor, el viento es transparente, la piedra, milenaria, y los horizontes posibles se hallan cubiertos de un verdor diverso y fértil.
La huella de las antiguas civilizaciones mexicanas se expresa en el principal atractivo de esta localidad, que es el único templo monolítico del continente americano. Tallado en piedra –al lado de una pirámide de mediana altura desde cuya cima se contempla el paisaje arrobador de Malinalco, tapizado de vegetación exuberante y casitas blancas con techos de tejas–, esta reliquia llamada Cuauhcalli (“la casa de las águilas”, en lengua náhuatl) es una cámara amplia, cuyo umbral tiene la forma de una serpiente con las fauces abiertas y su interior guarda nichos zoomórficos que rematan en cabezas esculpidas de rapaces y felinos.
El ascenso a la montaña coronada por este prodigio es un atractivo en sí mismo para quienes gustan de avistar aves, admirar la diversidad de especies vegetales propias del entorno boscoso húmedo y reflexionar sobre los sincretismos culturales centroamericanos, al encontrarse con vestigios arqueológicos de las ancestrales sociedades matlatzinca y mexica y, simultáneamente, atestiguar los símbolos de la conquista española, como las enormes cruces de Semana Santa, enclavadas en una ladera.

Madurez. Para llegar al templo Cuauhcalli, se trepan 400 escalones. Aquí se iniciaban los guerreros águila y jaguar, los más importantes de la jerarquía azteca. Foto: Diario Perfil

En este templo insólito se ordenaban como tales los combatientes de las dos castas de guerreros sacerdotales del México precolombino: un grupo aspiraba a templar su espíritu con el ejemplo del tigre u ocelote; el otro bando se inspiraba en los dones del águila. Las leyendas de esta iniciación mística y marcial, tejidas popularmente con un tono que mezcla los filmes de Quentin Tarantino con los famosos relatos de Carlos Castaneda, proyectan a Malinalco hacia el mundo como uno de los principales ombligos de sabiduría esotérica. No es entonces gratuito que dicho asentamiento haya sido fundado por una poderosa hechicera, llamada Malinalxóchitl.
Numerosos visitantes acuden a Malinalco no sólo atraídos por la belleza del sitio, sino también buscando impregnarse de esa energía no ordinaria, ya sea para mejorar la salud o enriquecer el conocimiento de sí. En el pueblo, por supuesto, hay precisas ofertas al respecto, como limpiezas del aura corporal; tratamientos basados en la aplicación de arcillas locales, que tranquilizan y embellecen, o el tan estupendo como longevo baño de vapor prehispánico, conocido como temazcal.
Por otra parte, el universo colonial de Malinalco brinda como joya principal los murales del convento agustino del Divino Salvador, que datan del siglo XVI. Una vez más, la fusión de las estéticas aborigen y europea se verifica en estas singulares pinturas que trazan ámbitos de ensueño donde se unen lo sagrado y lo profano, lo lúdico y lo reverencial. Su estado de conservación es meritorio.
Al estar rodeado de extensas áreas verdes en las que abundan riachuelos, Malinalco se encuentra provisto de un catálogo de deportes al aire libre, tanto sea para familias o extremos. El paseo a comer una trucha pescada por uno mismo en alguno de los muchos criaderos cercanos resulta imperdible. Y si a esto le agregamos buenos museos, como el universitario Luis Mario Schneider, este hermoso pueblito mexicano suma todos los puntos de un auténtico destino de placer.

Son deliciosas las frutas que nacen en esta tierra fértil. Foto: Diario Perfil
DATA
  • La mejor ruta. Por micro, desde el DF, hay que salir de la Terminal Poniente de Observatorio (la Línea 1 del subte llega hasta ahí) y abordar unidades de la compañía Águila. El costo del pasaje es de US$ 7 y el tiempo de recorrido, 120 minutos.
  • Hospedaje. El Hotel Santa Mónica es céntrico, limpio y económico. Aproximadamente US$ 50 por noche.
  • Sabores. Dos must de la gastronomía local son los restaurantes “Las Palomas” y “Los Placeres”. Almuerzos o cenas completos desde US$ 10-

Tierra frondosa. En las afueras, paisajes exuberantes y ruinas arqueológicas enclavadas en los cerros, con panorámicas únicas. Foto: Diario Perfil

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